La persona espera, piensa y siente, que lo que suceda será favorable, minimizando la posibilidad contraria o la influencia del pensamiento no positivo. Acepta los resultados desfavorables a su favor, cuando esto ocurre lo hace con agrado, reencuadra rápidamente, procura olvidarlo y avanzar mirando hacia delante. Actúa desde la creencia de que cualquier suceso ocurrirá de la manera más apropiada, y que los resultados positivos, son los que tienen más probabilidad de producirse. No cree que las cosas se solucionen por si solas, por arte de magia, únicamente valora las posibilidades y actúa, actúa en consecuencia.
Ser optimista significa elegir lo positivo, mirar los aspectos favorables en todo, inclinarse por la felicidad, antes que la infelicidad, la sonrisa y no el disgusto. Afrontar la adversidad con mayor confianza y tranquilidad, esto le permite que su temperamento emocional se vea menos afectado.
Es una elección personal, una actitud determinada sobre la percepción de la realidad, que permite elegir como prioridad lo positivo. Se aprende, se desarrolla y se transforma en un hábito, cuando todo va bien, ser optimista es fácil, lo interesante es cuando cambian las situaciones y se mantiene, dado que la percepción de la dificultad es temporal, especifica y no personalizada, es una percepción mas saludable, los problemas están circunscritos a un momento en el tiempo, no teniendo por lo tanto duración indefinida.
La persona optimista sabe que una situación a resolver no abarca todas las áreas de su vida, es solo una parcela, que se presentan de vez en cuando y luego desaparecen, las situaciones desfavorables son al fin y al cabo, parte de la mecánica de la vida, por lo que hay que aprender a convivir con ellas cuando hacen acto de presencia, trabajando para que perturben lo mínimo y poder disfrutar de la vida. También busca opciones constantemente, sabe que todo se puede mejorar, por ello puede afrontar las situaciones por su mejor lado, sin dejarse amedrentar, sabe que los obstáculos son manejables y muchas veces con determinadas situaciones, así que no se asusta y aprovecha cualquier oportunidad para salir victorioso, lo que normalmente termina por conseguir.
Ser unos padres optimistas es mucho más que ser unos padres alegres y divertidos. El optimismo nos permite ver lo positivo de cuanto nos rodea. Es un hábito de pensamiento que aporta a nuestra familia seguridad y confianza en que los errores, los problemas y las dificultades son oportunidades de mejora, de cambio y crecimiento. Comunica que estamos seguros de que el cambio y la mejora son posibles si nos esforzamos y nos dedicamos a ello. El pesimismo cierra las puertas al cambio, destruye la autoestima y no permite el avance dado que comunica derrota y negatividad. Aprender juntos a sacar provecho de los conflictos, las dificultades y los problemas edificará en nuestra familia unos hábitos sanos de crecimiento y superación.
Nuestros hijos están en una etapa de constante aprendizaje y de continuas equivocaciones. La actitud que mostremos en estas situaciones será vital si queremos que crezcan con la convicción de que los problemas son oportunidades para crecer y mejorar.
El optimismo es, además de un hábito de pensamiento positivo, una cualidad de la inteligencia emocional que se puede aprender (o no), si el entorno lo favorece.
Está demostrado científicamente que las personas optimistas se deprimen con menor frecuencia, gozan de mejor salud y tienen más éxito en la escuela y en el trabajo. Asimismo, también está demostrado que un niño de hoy tiene diez veces más probabilidades de estar deprimido y de estarlo en etapas más tempranas del ciclo de la vida.
Algunas de las pautas que los padres y madres pueden seguir para enseñar a un niño a ser optimista son:
1. Debemos reconocer cuál es nuestra tendencia habitual de pensamiento y ejercitarnos en lo positivo si observamos la tendencia contraria. Los padres somos modelos de conducta y nuestros hijos copian y absorben la forma en que nosotros enfrentamos los problemas. El optimista considera que los acontecimientos positivos y agradables ocurren habitualmente y que los contratiempos son sucesos puntuales y superables en mayor o menor medida. La persona con un pensamiento habitualmente positivo, pone los medios para lograr que las cosas buenas sucedan.
2. Tenemos que cuidar mucho la forma en que corregimos a los niños. Tener un hijo optimista es casi tan bueno como tener un padre optimista. Un padre optimista ve en los problemas con los hijos oportunidades para fortalecer la relación y crecer juntos en vez de verlos como situaciones irritantes y exasperantes.
3. Cuando nuestros hijos se expresan en términos pesimistas podemos ayudarles a apreciar los problemas desde una vertiente más enriquecedora y creativa. Podemos apreciar cómo nuestra respuesta frente a los conflictos con los niños determina si somos capaces de sacar provecho en bien del niño, mostrándole cómo podemos enfrentar los problemas de forma optimista, o si por el contrario, nuestro hijo saldrá de la situación dañado por nuestras palabras y por una actitud pesimista que no deja salida.
El optimismo nos permite ver lo mejor de nosotros mismos y de los demás, poniendo los errores y las imperfecciones en el lugar que le corresponden, sin dramatismos ni juicios exagerados. Lograremos así una educación equilibrada, divertida y sana, que aunque no esté exenta de conflictos sí nos permitirá poner distancia entre lo que nuestros hijos son (personas en crecimiento y constante aprendizaje) y lo que hacen (errar, equivocarse, resistirse, abandonar...).
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